“Pintura Bizarra” ha dividido en dos el tiempo pictórico. Su nombradía obedece al carácter inclasificable de su intensión. Siempre la pintura trabajó las formas y los colores en simultánea. Y ni siquiera el boceto tan antiguo liberó al autor, pues le hizo temblar de temor respecto del éxito del boceto mismo y los posibles fracasos posteriores. “Pintura Bizarra” busca un nuevísimo éxito monocromático a partir del fuego.
Detalle de obra perteneciente a la serie “Pintura Bizarra”
Por que la estructura de un pequeño elemento del que se parte, queda monocromática en su diminuta existencia. El fuego pone su impronta de hervores, humos y crepitaciones. Y cuando el autor dice su “me gusta” (estrujado por las griterías del inframundo), nombra el éxtasis desde aquel pequeño objeto, sucio y quemado, que existe aún sin colores. Hecho pues de vahos oscuros, claros y medianías. Siempre vacío de color. Ese es el tiempo primario de esta “Pintura Bizarra”, a partir del fuego tan antiguo.
Y la inclasificabilidad de esta bizarría viene a darse porque, al lado del fuego se pone, en el tiempo segundo, el acto digital (que ahora nos inunda) desde el computador que regala colores donde solo había huellas del fuego.
¿Porqué?
Por que el escáner interpreta esas acciones, entregando colores, según diversas sean las sustancias usadas. Las curvas tonales digitales inundan de coloridos centelleantes, aquello donde solo había humos de qué sustancias.
Sea mi aporte haber dividido en dos el tiempo pictórico, para posibilitar su desarrollo antes anonadante. Porque eso supongo que hace la pintura tradicional con los autores que la intentan. Darles perplejidad respecto de la inaudita dificultad de la pintura, que por esta división de sus tiempos, quizás sea más cercana.
Vicente Matijasevic
